20070225

Espejo

Ya había instalado su oscuridad más profunda la madrugada, y con un solo halo de luz proveniente del monitor de la computadora le iluminaba el rostro. Los ojos de Nacho se veían cansados, más brillosos que de costumbre de repasar por cuarta vez las líneas de aquella prosa confusa, pero que sin embargo transmitía lo más íntimo de su pensamiento.
Escalonadamente llegó al último renglón y fijó su mirada en el cursor titilante detrás del punto. Se recostó sobre el respaldo de la silla y encendió un cigarrillo. La primera bocanada de humo desdibujó las letras y lo invitó a sumergirse aún más en sus pensamientos.
Pasaron unos segundos. El humo se diluyó y las letras volvieron a ser claras mientras dos o tres pensamientos giraban al unísono por su mente. El timbre del teléfono lo trajo de nuevo a casa.
Después de una nueva pitada levantó el auricular.
- ¿Dormías? – dijo la voz del joven del otro lado, casi en un susurro inquietante.
- No – contestó Nacho con firmeza.
La misma voz del joven con el que había hablado hacía apenas hora y media, ahora era comprimida, como si ésta emergiera como el último aliento de una garganta atravesada por una pequeña daga, dolorosamente conocida.
- ¿Estás solo?
- No, no estoy solo – dijo el joven en un lento suspiro, para después de un breve silencio al que enmarcó con una respiración hueca, concluir, - ¡Estoy cansado! Tengo la cabeza y el cuerpo cansados…Volvimos a discutir… ¿Cómo se hace? ¿Cómo se logra escapar?
- Abandonando el miedo – respondió Nacho con un tono suave, tranquilizador.
Mientras fluía su monólogo, atravesó en su mente el angustioso recorrido de un espejo que lo invitaba a palpar el regazo de su pasado. Fue como estar hablándose a sí mismo hace más de diez años atrás, y de alguna manera sentía que sus palabras podían llenar el espacio, pero no regenerar la herida que seguía abierta del otro lado. No solo del otro lado de la línea.
- ¡Qué tarde se hizo! – dijo el muchacho en un último esfuerzo por llenar el vacío que latía y que los acercaba.
Se despidieron cordialmente con un susurro más relajado.

Nacho colgó el auricular. El cursor seguía titilando en el mismo lugar, como una muestra más del tiempo detenido. Apagó la computadora, la luz de su mesa de noche y se hundió en la cama como si solo quisiera esperar que amanezca.

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