20070528

Dormías

Dormías. La ciudad también dormía. El encanto del día soleado de otoño se aletargó con la primera ventisca de las seis de la tarde cuando comenzaba a oscurecer. Sentí frío y me marché caminando hacia la esquina para dar el último vistazo a la noche ya entregada al ensueño tibio de las sábanas color fresa. La luz perpetua, amarilla, desemboca entre las copas de los árboles que parecen roídas por millones de termitas. No se divisan las estrellas. Siluetas humanas tampoco. Tampoco la tuya a la que espero. Siento frío. Retrocedo y no puedo evitar darme vuelta una, dos, tres veces esperando que dobles la esquina. Piso una baldosa floja y me parece que la vereda entera se desliza hacia abajo, hacia un inmenso hueco negro repleto de nada. Me reconstruyo apenas me supe en la baldosa siguiente, más firme, pero más pequeña.
Casi llegando a la puerta del edificio, el sonido afinado y preciso de las teclas de un piano levantaron mi mirada. Una tenue luz naranja se escapa de la ventana del primer piso. Cruzo de vereda y mientras enciendo un cigarrillo para abrigarme, intento escaparme dentro de aquel cuarto. Era un piano vivo pero no había silueta que lo tocara.
La música se detuvo. La luz se hizo negra y yo pisé el cigarrillo aún sin terminar. Vuelvo a cruzar la calle exhalando la última bocanada de humo que había inspirado, la misma que inspiró mi retorno al departamento tibio que otra vez me espera vacío.
Me detengo en el umbral del edifico y miro hacia ambos lados de la calle, como si quisiera convencerme que no sabía de que lado doblarías la esquina. Abro la puerta y entro. Vuelvo a mirar hacia atrás. Llamo el ascensor y sigo mirando la puerta de entrada. Me apoyo sobre el espejo que me devuelve mi propia imagen quintuplicada. Me olvidé que dormías. Te miré dormir y me di cuenta que había amanecido, y que hacía rato habías doblado esa esquina.

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