20090716

Espía

Resistió de forma prematura la dictadura de su corazón, mientras se entregaba al sueño de un amargo letargo, más allá de su cuerpo. Más allá de la vida enérgica y desinhibida que había llevado. No le atropellaba la razón ni le transpiraban las manos, no había lágrimas en sus ojos, ni se alteraban las pulsaciones de sus venas principales. Tan solo, como todas las mañanas, se sentaba en su mecedora de madera ilustre frente a la ventana. Se mecía suavemente, como quien no se decide a despegar. Cada tanto cerraba los ojos, y recordaba el día anterior, que era el pasado más lejano que podía recordar. No había nombres en la agenda de su memoria, no había calles ni momentos, ni números, ni puertas, no había hijos, nietos ni mendigos. No hubo amigos, ni criaturas. Hubo soles en los que se fundió el olvido. Hubo anuncios, hubo rumores.
Abrió los ojos y el mediodía parecía quebrar en dos la ciudad pintada tras la ventana, como cierto cuadro inmóvil de otoño en despedida. Un trago del té frío, una mueca intragable y un enojo en el entrecejo. Las hojas de los árboles caídas, y las flores creciendo en capullos pastel, el Rosario en la mano y la arruga permanente del paso del tiempo en su frente. Los anteojos de ocre y plata que le dejaban espiar la letra más chica del periódico que reposaba sobre su falda, al igual que su mano izquierda, dando vueltas las hojas como el viento que se lleva la niebla.
La urgencia lo apresuraba, y no hay donde correr, pensó, sin camino ni desenfado, sin el deseo en la mano, con el corazón en la hiel, con el dolor hilando fino en pleno atardecer.

Despertó del sueño repentino en el que era joven otra vez y se cruzaba con el nombre de aquel hombre en la niñez, dando vuelta la esquina, siendo cómplice en la siesta y el río. Cada uno por su lado, cada cual con su cada quien, menos el otro nocturno que todavía andaba a pie entre montañas sin huella, entre escombros y ruinas, en los salones de gentes con la mirada más urgente, buscaba su desafío en esos ojos, en la mirada, que conocía de memoria, pero que nunca decía nada.
Hay momentos tardíos, cercanos al mediodía, que debo confesar que te extraño, pensaba mientras miraba, la nada en el literal vacío. Pero prefiero el despeje, donde solo se asome el viento, a tener que reclamar de tu boca tres palabras, pensar que eso te absorbe mas que tu tiempo, tu nombre que no he de decirle a nadie; más que tu boca tus labios, esos que también tenían sus ganas.

Olvidó esos meses en la almohada, y se levantó casi atareado, con la mente entreverada asomando al ruido, y el cielo se fue aclarando diáfano en el destino que lo acercaba a la noche. Se incorporó de su mecedora, harto del té frío y el periódico tardío, de recuerdos que son fantasmas. Quien sabe si han sido verdad. Rosaría lo soberbio estimar que aún me extrañas, le dijo a la hueca cama, mientras se hundía en su nido, vacío como el arbusto de hojas, esperando el sol tibio. Hasta mañana, se le escapó en la voz al eco de la ventana. Ojalá te viese doblar en la esquina como hace años atrás, una mañana.