20061010

EXPRESS

El encuentro nocturno había sido fugaz pero intenso. Después de un breve trámite coloquial, mientras se vestían, bajó a abrirle la puerta y se despidieron soltando un chau al aire espeso de la madrugada. Volvió a su departamento con el sexo calmo y mientras estiraba las sábanas recorrió con su mente realentadamente cada mano posada en los lugares precisos, cada bocanada de aire después de cada mínimo beso y cada roce de las pieles húmedas y de los cuerpos desconocidos, tan cercanos y tan distantes.
Se dejó caer en la cama y encendió un cigarrillo. Siguió reviviendo la escena al mismo tiempo que el aroma del perfume del fugaz visitante se colaba entre las rendijas de la ventana y se perdía en la noche, como se debió haber perdido él tras doblar en alguna esquina. Aún flotaba en la habitación el eco de una serie de jadeos y crudas respiraciones, de la madera de las patas del somier contra el parqué hasta el grito ahogado del orgasmo apresurado cuando nuevamente cayó en la cuenta que todo lo que sabía de él era su nombre, si acaso le había dicho el verdadero.

20061004

Cristal Púrpura

La noche había comenzado paciente, hechicera, mágica. El ritual del perfume en las venitas que laten detrás de las orejas, en las que desembocan en la palmas de las manos y donde termina el ombligo había finalizado. Encendió un cigarrillo y dio vuelta un punto la perilla del volumen del equipo de música. Se acomodó en el sillón y fingió disfrutar de la melodía y de la copa de vino tinto que se había servido minutos antes.
Lentamente, el tiempo avanzaba en el reloj de pared. Apagó con tranquilidad el cigarrillo después de la última pitada. Bebió otro sorbo de la copa, se incorporó, se acomodó la pollera y se paró frente al espejo. Consideró que un leve retoque en su pelo le daría un acabado mas uniforme. Apenas se lo acarició con la palma de la mano para ajustar ese mechón rebelde que no la seducía. Observó que la blusa blanca tenía una arruga en la zona del abdomen. Hundió la panza y alisó la tela suavemente con la mano. Subió un poco mas la pollera desde la cintura, para ocultar la arruga e inmediatamente decidió no sentarse para evitar una nueva marca. Dio un cuarto de giro, primero hacia la izquierda, luego hacia la derecha y observó cada detalle de su atuendo. Acomodó con suavidad el pequeño tajo de la parte trasera de su falda.
Miró el reloj. Luego sus zapatos negros clásicos. Buscó una franela y repasó el cuero hasta ver algo de su propio reflejo en él. Volvió a revisar su vestimenta frente al espejo. No había nada nuevo por acomodar. Su mechón también había sido obediente.
Buscó la copa y bebió un nuevo sorbo contenido. La figura del teléfono se desdibujaba a través del cristal de la copa. Posó con naturalidad el recipiente sobre la mesa. Se frotó las manos que sintió heladas y descolgó el aparato llevándolo hacia su oído, mientras contenía la respiración.....Si, tenía tono. Entonces, se apresuró a colgar. Fue hacia la cocina y se sirvió un cuarto más de vino. Apenas terminó de deslizarse el líquido dentro de la copa la sobresaltó el portero eléctrico...Pero no el de su departamento. Fue instantánea su actitud de levantar el parlante como así también apoyar su otra mano en la tecla de la luz. La cocina quedó a oscuras y ella petrificada en la penumbra confundiéndose su sombra con lo claro oscuros que se colaban en el ambiente. El timbre volvió a insistir.
La luz del departamento de arriba estalló contra la pared áspera que se erguía frente a su cocina. Pudo oír el nombre del visitante a través del auricular que permanecía en su mano temblorosa. También escuchó la mínima conversación originada en off. Colgó.
Nuevamente se frotó las manos con impaciencia y el reloj parecía no romper el tiempo ni empujarlo hacia delante.
En algún momento, del que no pudo darse cuenta, la madrugada comenzó a romperse y detrás del cristal negro liberó los primeros claros naranjas rojizos del alba. Ya no había más vino en la botella y apenas un color púrpura fijado al cristal de la copa, también vacía. La luz roja del contestador automático seguía fija y seguramente el tono monocorde de la línea continuaba ahogado allí adentro.
Aún flotaban en el ambiente casi imperceptibles vestigios del perfume que había estrenado horas antes. Su blusa presentaba síntomas de vejez enmarcadas por las arrugas en la espalda y el cierre de su falda tampoco estaba en su lugar. La renguera la provocaba la falta de uno de sus zapatos y las manos le transpiraban rojizas, como si de golpe un torrente de sangre hubiera desembocado en las palmas. El mechón ya no era el único grupo de su cabello que había entrado en rebeldía. Todo ese cuadro se dibujó en el espejo por unos minutos.