20070624

de-na-da (casi todo)

Rió. Rió con la gigantesca boca abierta emitiendo ese sonido gutural tan particular que emergía cada vez que se tentaba. Lagrimeó. Lagrimeó como cada vez que se tentaba. Se tentaba cada vez que algo le causaba gracia, pero no la Gracia Celestial de los iracundos que jamás se conmueven riendo y llorando al mismo tiempo. Rió. Tan sólo rió como me río yo, o como cualquier río que va al mar se tienta de quedarse más atrás para no llegar nunca y disfrutar del paisaje selvático que te da el verde cuando te llueve tres semanas seguidas. Viste que el verde se ve más brillante después de tanta lluvia. Después de tanta agua. Y pedí asilo en el contracielo, que no es otro que aquel barro profundo y movedizo en que se quiebran las patas al caminar. Metí la cabeza bajo la tierra para no mirar tanta risa porque me daba ver-guen-za-a-je-na!. Se acercó, se arrodilló y se siguió riendo porque aún le causaba más gracia mi pose con la cabeza enterrada como la avestruz y el culo al norte…Así decía: Quedaste culo al norte!! Y se reía. Y yo me reí también, pero trague tierra, no pude respirar y tuve que emerger para reírme mejor, con la gigantesca boca abierta y con ese sonido gutural, pero ahogado, esta vez, por la tierra que tenía en la garganta. Tierra, no. Barro. Porque había llovido tres semanas seguidas - ¿Te acordás? Y la tierra se veía más marrón y el cielo más azul y esa nube menos gris. Esa nube sola que era la única que paseaba por el horizonte como guardia que vigila que no te escapes del paraíso. ¿Qué paraíso? preguntaba yo, mientras buscaba manzanas y arlequines o cascanueces o ese cascabel. Lloviznó de nuevo. Muy poquito, pero lo suficiente como para no buscar más, porque no quería mojarme. Era invierno y no me gusta mojarme en invierno. Era primitiva. Era primitiva la lluvia que azotaba mis poros, y fue primitiva su carcajada al ver mis pestañas con dos gotas de agua y una cara de susto que espantaba. Pero el se reía, no se espantaba. Y dulce fue su mirada detrás de la carcajada cuando en una mueca instantánea paró de reír y tan solo estiró los labios como a mi me gustaba que lo hiciera, y me sonrió mientras me miraba fijo, y yo me sonrojé. Me sonrojé como la manzana porque se suponía que no debía mirarme así y mucho menos sonreírse así. Son-re-ír-me así. Así no! Pero que linda sonrisa tenía. Y de pronto la nube gris, se hizo miles de guardias. Un ejército de guardias que no nos dejarían escapar más del infierno. Otra que paraíso!. Pará – hizo con un ademán. Quedate quieto y besame. Y lo besé. Y llovió como hacía tres semanas. Y el barro se volvió mas barro. Mis pies se hundían en él. Nada estaba firme en esa tierra. Ah si, su boca contra la mía…Eso estaba firme. Y que rápido que se despejó, el sol brilló de nuevo, pero el barro siguió siendo barro, y la montaña traía salitre y el verde se humedeció tanto, que brilló contra el sol y se secó, se puso pálido. Verde amargo. Amargo como mis labios que el igual besó y los puso manjar almíbar. Manjar. Manjar la noche cuando llegó, porque encontramos un montón de manzanas, pero eran verdes también. Agrias, pero del paraíso. Lo que paró fue la lluvia pero definitivamente digo. Por tres años no llovió mas, no hubo mas verdes, ni mas barros, ni mas avestruces ni nortes ni sures, ni centros, ni equilibrios. Nada. Na-da-de-na-da. Na-da-de-na-da-de-na-da. Y no nada hacia ningún lado ningún pez porque la corriente se quedó quieta y ya no da chispas ni ríos que bajan al mar, ni azules que se hacen celestes, ni amarillos que se anaranjan o se amandarinan.
Lo volví a besar. Me besó más fuerte. Me perdí por última vez en la selva con él de la mano mientras nos deleitábamos con el verde que sí, seguía siendo verde pero sin agria manzana, sino con dulce frambuesa de estación.
Abrí los ojos. Me desperté y me salió instantánea la carcajada gutural que imitaba a la de él. Abrió los ojos y me miró. Nos miramos. Sonrió. No, yo sonreí primero. ¿O fue él? Bueno, no importa. Sonreímos los dos. Escasos minutos intensos de sonrisas hasta que se despejó el ambiente de la neblina húmeda que nos habitaba y vino el sol. Vino tinto con picada gourmet. Escasas palabras, pero no hacían falta más que silencios sin premuras. Se dilató mi pupila, se distrajo su atención. Se entrecerró mi ojo izquierdo y su boca se empinó. Un sorbo más de vino y un eco. El de su voz. Mi susurro repitiendo- Yo También. Cerré los ojos. Me dormí. El también se durmió. ¿O me dormí yo primero? No me acuerdo. No me acuerdo por que a lo mejor ya estaba dormido. Y otra vez el mar sereno y el atardecer temprano y el color relámpago de la luna y el eco de las estrellas empinándose distraídas. Ya no llovía más. ¿Te conté, no? La tierra está seca, pero no reseca de sequía, más bien firme. Y el verde igual está verde, y la manzana ya es roja, el río baja lento y al mar no le importa su visita, y el cascanueces se fue, y el cascabel se silenció y esa nube gris, ¿te acordas? Vigila el horizonte naranja.
Hay una gota en el vidrio de la ventana. Alguien regó una planta. No, llovizna.

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