20090803

Sin pagar Peaje

Sin pagar Peaje(ó en todo caso el precio lo termina pagando uno).

El domingo a la tardecita, después de remolonear en la cama fingiendo una siestita luego del almuerzo, que nunca pude conciliar, me levante y me puse a subir fotos al FB de la salida del sábado anterior.
Después de idas y vueltas, salí a tomar un café con un amigo Fer a un local de una famosa cadena de café instalada en el país. Pedimos nuestras delicias bebibles y comestibles y nos fuimos a la terraza. No se había levantado viento aún, digamos que no hacía calor, pero tampoco frío. Era una tardecita templada.
Hablamos, tomamos el café bien caliente, y mientras iba llegando una amiga mas, que como anteriores domingos esta en la lista de las tomadoras de café domingueros.
Mientras estábamos en la nuestra y recibíamos a nuestra María, que subía con su cafecito caliente, un grupito de 4 o 5 chicos, se instalan en la mesa a nuestro lado. Ya había empezado a levantarse un poquito de viento, pintaba una noche fría y el cielo se había tornado de un gris oscuro intenso.
Nos divertíamos con anécdotas del día anterior y comentarios a las fotos que habíamos tomado ese sábado, y lo peligroso que había resultado el viaje de vuelta en una ruta sumamente oscura y bajo la intensa lluvia, cuando un mensaje llega a mi celular. Tomo el celular, abro la tapita, voy a la bandeja de entrada y noto que el mensaje estaba mandado por Fer.
El mensaje decía: “Che, Sam está sentado al lado tuyo”.
Al principio, no entendí. Recapitule rápidamente, miré a mi amigo de soslayo y con cara, justamente, de “no entiendo”, hasta que caí en la cuenta de quien era “ el fulano”.

Sam había salido con Fer durante unas cuantas semanas.

Se habían visto, la habían pasado bien, se habían encontrado varias veces. Fueron a tomar café, a cenar, pasear cerca del río. Proliferaban los mensajes de texto a toda hora, y las comunicaciones virtuales daban paso a encuentros menos espaciados, incluso durante la semana. Y si bien éste fulano, no era de frecuentar lugares nocturnos, ni parecía tener amigos gays, si tenía demasiados prejuicios para algo mas que pasarla bien entre cuatro paredes, (y no hablo de sexo solamente), pero así y todo, realmente empezaba a nacer algo. Se miraban con cierta ternura, había algunos códigos en común y Sam parecía estar descubriendo un mundo nuevo de libertad. Se quedaba a dormir en la casa de Fer, usando a una amiga como cómplice, por si sus padres querían averiguar donde estaba o inventando historias para que en su casa, de familia muy conservadora, no se enteraran. Esos faltazos a la facultad, estar de trampa, jugar a las escondidas. Aquello clandestino, ese secreto que guardamos como digno tesoro de una época de nuestra vida, en el que cada tanto seguiremos buceando, probablemente, con el correr de los años.

Un día Sam empezó a desaparecer. Fue paulatino. Comenzaron por escasear los mensajes de texto, las respuestas a algunos que enviaba Fer eran escuetas, evasivas. No hubo mas cenas, ni mas rabonas a la facu, ni mas encuentros clandestinos. No hubo mas caricias, mas miradas, más secreto. O mejor dicho había un nuevo secreto, que solo “el fulano” sabía: el porque empezó a desaparecer, hasta que se perdió entre la gente, literalmente. Fer no terminaba de entender. No comprendía que le pasaba a Sam que lo esquivaba, que empezaba a hacerle sentir que era parte de un pasado en el que, al menos, él no bucearía. Ya no había caricias, ni miradas, ni encuentros clandestinos que valieran la pena y Fer ante cada silencio solo podía preguntarse ¿qué pasó? Sin que la respuesta asomara.
Nada en la vida de Sam parecía haberse tornado Fer. Todo en la vida de Fer se tornó Sam. Cada salida Sam estaba ahí, en el pensamiento, en la palabra, en la famosa e incansable ¿Por qué? Y en el silencio de una respuesta que no fueran suposiciones, especulaciones o fantasías, que solo la hacían más inalcanzable. Sam seguía presente en el aire, en la calle, en la web, en los correos, en los silencios.
Fer no podía hacer de cuenta que nada había pasado. Esos días si tenían un sentido para él y hoy la nada lo rodeaba y solo quedaba un recuerdo en el que no podía evitar sumergirse, bucear, sufrir, llorar.

Pasaron semanas sin resignación y sin encontrar respuestas. Sam se había ido y seguía estando. Sam simplemente había elegido partir sin dejar rastros. Y no hay nada más frustrante e impotente que el silencio ante la necesidad de una palabra.
Para Sam, ¿nada había tenido sentido? ¿No había pasado nada en él en aquellos días? ¿En aquellos besos? ¿En los abrazos? Sam parecía poder borrar de un plumerazo sin remordimiento alguno. Fer en cambio seguía impotente.
De a poco fue pasando. Fer comenzó a dejar de hablar de Sam, dejó de pensar en Sam, a buscar en el aire las respuestas que Sam no dio. Fer no olvidó pero ya no hizo más preguntas hasta aquella tarde domingo en la terraza de la famosa cadena de café donde lo volvió a ver, donde volvió a sentir algo en el estómago, donde Sam no lo vió o no lo quiso ver, donde Fer volvió a recordar, y a recorrer las preguntas sin respuestas, las especulaciones y la impotencia. Esa tarde donde Sam volvió a ser protagonista de las cuadras bajo el frío que caminamos después.
Esa tarde donde nos dimos cuenta que algunos seres nos invaden, nos modifican sin registrarlo y sin pagar peaje.